El cocodrilo es quizás uno de los depredadores más temidos del mundo. Estos enormes reptiles carnívoros son depredadores voraces que cazan emboscando a sus presas cerca de los ríos navegables desde el Amazonas hasta el campo.
Nadie en su sano juicio elegiría estar con estos monstruos aterradores. Bueno, excepto Chito Shedden, un pescador de Siquirres, Costa Rica. Cuando encontró a una de estas criaturas gigantescas que estaba agonizando a orillas de un río, hizo algo que nadie en el mundo pensaría hacer: nadie en sus cabales, de todos modos.
Cocodrilos
El cocodrilo americano es quizás uno de los depredadores más mortales que vive en América del Norte, Central y del Sur. Puede pesar hasta 385 kilos y se sabe que crecen hasta casi 5 metros de largo. También se considera que tiene la mordida más fuerte del reino animal, con una fuerza de hasta 2267 kilos por centímetro cuadrado. Está de más decir que las personas por lo general evitan tener contacto con estos animales.
Chito
Gilberto “Chito” Shedden. Shedden era un simple pescador y guía turístico nacido y criado en Siquirres, Provincia de Limón, Costa Rica. A Chito también le gustaba un poco incursionar como naturalista aficionado y adquirió un conocimiento interesante sobre la naturaleza con los años, lo que le ayudó bastante en su negocio de turismo. Chito tenía una vida sencilla y sin grandes complicaciones. Así era hasta que se encontró con Pocho.
El encuentro con Pocho
En 1989, Chito iba caminando a orillas del río Reventazón cuando se encontró con algo muy extraño. A orillas del río, había un cocodrilo macho que estaba agonizando. Cuando se detuvo para investigar al delgado reptil de 68 kilos, se dio cuenta de que le habían disparado en la cabeza y la bala pasó por el ojo izquierdo. Había sido un granjero del lugar.
Herido
Sabía que, por peligroso que fuese, no podía dejar al pobre animal solo y desamparado. Chito actuó rápidamente y con la ayuda de varios valientes amigos levantaron el pesado reptil y lo llevaron al bote de Chito. Sabía que, si llevaba al animal a su casa, podía curarlo y luego devolverlo a la selva. Llamó al enorme reptil “Pocho” que significa fuerza y comenzó a cuidar de él en su propio patio trasero.
Cuidarlo hasta que sane
El pescador altruista comenzó a curar a Pocho con una mezcla de medicina, comida y, lo más importante, de mucho cuidado y atención. Chito alimentó al cocodrilo con una dieta constante de pollo y pescado. Consiguió medicinas para parar la infección y se quedaba con él por las noches, hasta incluso durmió a su lado.
Durante seis meses, Chito daba de comer a Pocho con la mano. Incluso ayudaba al cocodrilo a masticar los alimentos con el hocico para que comiera. El afecto fue uno de los factores más importantes para la recuperación de Pocho. Chito le daba besos y abrazos. Le hablaba y lo acariciaba. “El cocodrilo necesitaba mi amor para recuperar las ganas de vivir”, nos mencionó. Su primera esposa no estaba contenta.
Evaluar las opciones
Su marido había traído a casa un peligroso monstruo depredador y planeaba cuidarlo hasta que sanara. Al principio, lo aceptó. Su esposo estaba haciendo una buena obra. Sin embargo, parecía que Chito estaba pasando demasiado tiempo con el cocodrilo para su gusto y se fue para siempre. Chito no estaba molesto; sin embargo, había algo especial con el cocodrilo.
Devuelto a la selva
Con el tiempo, Pocho mejoró lo suficiente para volver a su estado saludable. Era hora de que regresara a su propio río en la selva. Chito y sus amigos lo llevaron en el bote y lo soltaron en un río cercano. Los dos tomaron caminos diferentes y Chito regresó sólo a su casa. Sin embargo, a la mañana siguiente, sucedió algo increíble.
Seguir hasta llegar a casa
Cuando Chito despertó a la mañana siguiente y salió de la casa, encontró a Pocho durmiendo en su terraza. El cocodrilo nadó por el río y lo siguió hasta su casa. Chito supo que Pocho había tomado una decisión, quería vivir en Siquirres con el hombre que le había salvado la vida. Pocho fue trasladado al lago de la propiedad de Chito y con el tiempo los dos fueron aún más cercanos.
Con el paso del tiempo, Pocho se convirtió en un miembro de la familia. Chito volvió a casarse y tuvo una hija, pero el cocodrilo seguía siendo un tema en su hogar. A la niña no le permitían acercarse al enorme reptil. Después de que Pocho lo había seguido hasta su casa, Chito trataba de llamarlo por su nombre. El cocodrilo respondía y el pescador supo que podía domesticarlo.
Qué comience el lazo
Pocho tenía un vínculo con su salvador. Las largas noches durmiendo juntos, la comida y la amistad que Chito le había dado, todo esto formaba un extraño lazo entre el hombre y la bestia. Chito trabajó con Pocho durante 10 años antes de que empezara a ser más juguetón. Fue un proceso lento y extenuante y todo comenzó cuando Pocho se acostumbró a que lo llamaran por su nombre y a responder las pequeñas caricias de Chito.
Hoy en día, con años de relación, los dos son inseparables. Todos los días, Chito entra al agua verde de su lago de 100 metros cuadrados hasta la altura del pecho y llama a su amigo, el que aparece por debajo de las profundidades oscuras para rodar y jugar con su dueño. El ritual bizarro ha captado la atención de los turistas de todo el mundo.
Un espectáculo espectacular
Durante las últimas décadas, cada domingo por la tarde, Chito y Pocho han realizado un acto semanal en su propio patio trasero. La relación de confianza entre el hombre y el reptil se destaca con la lucha en el agua, los masajes en el vientre y la alimentación con la mano que los dos amigos realizan durante el espectáculo. Incluso participaron en un video documental llamado “El hombre que nada con cocodrilos”, el cual trata sobre su amistad.
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